domingo, 6 de marzo de 2011

Traumas de la infancia

Hoy, durante dos horas volví a ser pequeña otra vez. Hacía demasiado que no disfrutaba de un film de animación y he comprobado con sumo gozo lo realmente terapéutico que puede llegar a ser. Películas y libros de mi infancia siempre causan el mismo efecto en mí; seguridad y absoluta calma. Cero responsabilidades, cero preocupaciones. En momentos así, pienso que es un auténtico sacrilegio haber tirado a la basura ese peluche con el que dormía cada día. Lástima que el hechizo dura dos horas a lo sumo...

Y como siempre, después de una película toca interiorizar y analizar. No sé si las conclusiones que saqué hoy son muy disparatadas, pero lo cierto es que no se me ocurre otra explicación para el fenómeno que está arrasando mundialmente. Hoy,(en realidad siempre, pero hoy más que nunca) me siento orgullosa de poder decir que pertenezco a esa minoría que jamás idolatró a una princesa de cuento. Yo siempre preferí ser el espontáneo y decidido cachorrito de león, la independiente cría de loba que se buscaba a sí misma, o esa tierna ardillita que abrazarías hasta estrangular. Y es que las princesas no son otra cosa que arpías manipuladoras que saben ponerte su mejor sonrisa a la hora de pedir un favor, soltar una lagrimita porque es su único modo de conseguir el beso de su príncipe y ponerse de morros al instante. Tan pronto te dan abrazos como te dan de porrazos. ¿Y esos son los iconos que nos imponen de pequeñas? Puagh.

Ahora me explico muchas cosas.

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