miércoles, 23 de marzo de 2011

Prefiero esta distancia, gracias.

¿Yo? Yo no llevo vida de persona adulta. Por lo que no tengo problemas, responsabilidades, cargas ni deberes de persona adulta. Luego no soy adulta. Ni merezco ser tratada como tal.
Así que si de ahora en adelante invierto mis noches en revolverme bajo las sábanas y mi almohada amanece empapada, será únicamente fruto de mis pesadillas con monstruos bicéfalos. O si algún día, por mero capricho, decido conversar hasta el amanecer será porque me entró la absurda necesidad de oír el cuento que me contaba papá todas las noches.
Si una tarde echo a correr por una calle desierta aún sin ver qué me encuentro a mi paso y bajo la amenaza de morir en el intento (o de perder algo mucho más importante que mi vida) será porque me apetecía saltar en los charcos. Si salgo a la calle sin motivo aparente, será que voy a a jugar en los viejos columpios del parque. 
Si grito es porque quiero hacerme oír por encima del jaleo del mundo real. Si lloro es porque no me dieron ese trocito de chocolate que pedí. El único hombre que me verá desnuda será mi médico para quitarme esa tosecilla tonta, y dormiré en la única compañía de mi osito de peluche.
 Y si algún día no muy lejano decido pegar un puñetazo a la mesa o a la pared, será por simple imitación al hombrecillo verde que protagoniza mis cómics. 


A nosotros los niños nada se nos da mejor que reír a carcajadas. No conocemos la ira ni el dolor. Somos felices en nuestra ignorancia. 
Soñamos con alcanzar todo aquello con lo que se nos prohíbe jugar.

martes, 22 de marzo de 2011

Compromiso (qué bonita palabra)

Quisiera recuperar mi guitarra, abandonada en el rincón más alejado (y no solo de mi habitación). También quisiera, más que tocarla, acariciarla, sentirla, respirar cada nota y notar cada cuerda casi como noto tu piel en mi piel. Casi. Pero hoy mis manos sólo la tocarían para hacerla añicos contra el suelo.
Quisiera volver abrir mi libreta roja y abrirme yo un poco más en ella, como hacía tan a menudo. Pero al parecer sellé su cubierta a golpe de candado y no puedo recordar dónde guardé la llave. Y lo peor de todo es no poder recordar un cuándo, un cómo o un por qué.
Quisiera perderme entre las historias de mis libros, de la gente, de los genios que pisaron el suelo que yo piso, del más cercano y del más lejano, el más querido y el más odiado. Historias que en su día lograron empañar mi mirada y que hoy no puedo saborear por temor a que se me nuble.
Quisiera no sentir esa extraña y desagradable sensación que se enreda entre mis sábanas en medio de la noche y me dice que voy a necesitar aferrarme a algo más sólido que una almohada si quiero soñar y recordar mis sueños  a la mañana siguiente.

Abrazar y no comprender nada. Bailar en la cuerda floja y sentir vértigo al mirar al frente. Saber que todo tiene su oportunidad y distinguir cuándo es nuestro momento.

Hoy .

miércoles, 9 de marzo de 2011

Cómo buscar consuelo en cualquier verso

Envidio a aquel que tantas veces supo y sabe poner en palabras todo lo desconocido para mí, logrando que lo oscuro fuera bello, lo humano divino, y lo caótico sencillo. Un genio de tinta que todas las noches se sienta frente a su viejo escritorio de ébano para deshacerse sobre el papel, regalándonos así su más profundo orden y desorden. "Especialmente a mí" piensa él a veces, o "esta vez es para mí" piensa ella demasiadas veces. 


Seguimos rastros ajenos, con paso firme, confiando en que al final del camino encontraremos lo que buscamos, sin saber que, lo más probable, es que nos topemos con una bifurcación. Buscamos nuestro nombre tras cada punto y aparte, intentamos no creer que lo que nos espera no es más que ese temido punto y final. 


.

martes, 8 de marzo de 2011

lunes, 7 de marzo de 2011

Monstruos (debajo de la cama)

Todos tenemos algún miedo y quien diga que no, duerme con la luz encendida

Un verdadero superhéroe no lleva capa ni máscara. El verdadero héroe, lo primero que hace al despertar, es mirarse al espejo a cara descubierta y salir a la calle sin más superpoderes que los que él se infunde a sí mismo. No necesita el veneno de una araña ni una dosis de kriptonita. 
El verdadero héroe no intenta salvar el mundo el primer día. Primero se ocupa de su mundo. Lo protege, luchando contra toda clase de monstruos que se encuentra a su paso. Al igual que tampoco se preocupa de evitar la muerte de esa chica tan guapa que al final de la película resultará ser el amor de su vida. Primero ha de aprender a vivir él.

El auténtico superhéroe conoce el secreto. Sabe que para ganar la guerra ahí fuera primero ha de tener paz aquí dentro. Está solo, pero la soledad no le pesa.  Nuestro héroe sabe que las gentes mundanas rehuyen la soledad, es su monstruo debajo de la cama. En algún momento u otro, duerman solos o acompañados la sienten ahí, agazapada en un rincón. Si percibe tu miedo te come, y si la acoges y alimentas se convierte en tu fiel compañera. Cuando se acaba, no se echa de menos, pero mientras permanece, recibe toda tu atención.

Por la noche, cuando todos duermen, excepto el miedo y la perdición que doblan turnos, nuestro héroe no se felicita a sí mismo por las hazañas realizadas en el día. Le cuesta sentirse orgulloso de sí mismo. El verdadero superhéroe de todos los tiempos, busca durante horas un motivo para no arrojar sus poderes por la ventana y  ser un chico cualquiera, mientras escucha una cadenciosa respiración bajo el colchón. Y encuentra más de diez. 

domingo, 6 de marzo de 2011

Traumas de la infancia

Hoy, durante dos horas volví a ser pequeña otra vez. Hacía demasiado que no disfrutaba de un film de animación y he comprobado con sumo gozo lo realmente terapéutico que puede llegar a ser. Películas y libros de mi infancia siempre causan el mismo efecto en mí; seguridad y absoluta calma. Cero responsabilidades, cero preocupaciones. En momentos así, pienso que es un auténtico sacrilegio haber tirado a la basura ese peluche con el que dormía cada día. Lástima que el hechizo dura dos horas a lo sumo...

Y como siempre, después de una película toca interiorizar y analizar. No sé si las conclusiones que saqué hoy son muy disparatadas, pero lo cierto es que no se me ocurre otra explicación para el fenómeno que está arrasando mundialmente. Hoy,(en realidad siempre, pero hoy más que nunca) me siento orgullosa de poder decir que pertenezco a esa minoría que jamás idolatró a una princesa de cuento. Yo siempre preferí ser el espontáneo y decidido cachorrito de león, la independiente cría de loba que se buscaba a sí misma, o esa tierna ardillita que abrazarías hasta estrangular. Y es que las princesas no son otra cosa que arpías manipuladoras que saben ponerte su mejor sonrisa a la hora de pedir un favor, soltar una lagrimita porque es su único modo de conseguir el beso de su príncipe y ponerse de morros al instante. Tan pronto te dan abrazos como te dan de porrazos. ¿Y esos son los iconos que nos imponen de pequeñas? Puagh.

Ahora me explico muchas cosas.

Atragantamientos y creaciones

Tras el tiempo de investigación y observando la recopilación de pruebas llego a una desilusonante, decepcionante, incluso dolorosa, y sin embargo esperada conclusión: Vivir se ha convertido en un oficio. No, no estoy loca, aunque eso también ha sido objeto de mis indagaciones. Parece ser que ahora es un trabajo remunerado a tiempo completo (parcial en muchos casos) donde solo se respira profundamente si a cambio nos ofrecen un buen olor. Y si no, nos enfundamos las manos en los bolsillos, agachamos la cabeza y continuamos con nuestro acelerado ritmo de vida. Ya ni siquiera nos detenemos cinco segundos a observar el cielo porque éste hoy "tiene demasiadas nubes". O a escuchar el canto lejano de un pájaro y dedicar un suspiro a identificarlo porque "el claxon de los coches ahoga cualquier sonido".


Pero aún existen milagros ahí fuera. Aún quedan artistas de la calle y estudiosos del vivir (que no de la supervivencia) Personas con una magia diferente, algo que les diferencia del resto de la genteDe esos que acaparan las miradas por la calle y hacen que incluso  tú, ciego ignorante, te veas atrapado por su fuerza gravitatoria.
Y es que ellos no necesitan que el aire tenga un olor especial, porque gracias a todas las veces que respiraron profundamente sin motivo aparente, aprendieron que el aire en sí ya tiene un olor hechizante. Y de tanto levantar la mirada al cielo, asqueados del barro y las colillas, aprendieron a encontrar formas en las nubes. Al igual que al aguzar el oído, ellos son melómanos por naturaleza, ahora son capaces de aislar el canto de ese pájaro, la risa de un niño o el beso de un amante. Y ellos, en su inconformismo nato, no se contentan con oír.


Escuchan, disfrutan, conservan.


Nunca me bastó con quejarme, así que yo propongo: Aíslemonos del mundo. Al menos durante unos momentos a lo largo del día. Busquemos, rebusquemos, encontremos y recopilemos, los pocos polvos de hada que aún quedan escondidos entre el humo, el polvo y los zapatos de los transeúntes. No podemos permitir que se mezclen con los residuos de ciudad.
Y una vez encontrados, ¿qué hacemos con ellos? Sencillo: Creemos mundos. Creemos nuestro propio mundo.Creo que no se puede experimentar sensación comparable a la del artista que contempla su obra maestra.




Y nos lo queremos perder...