lunes, 18 de julio de 2011

Perra vida

Esto es lo que ocurre cuando alcanzas ese punto en el que sientes tal afecto por algo o alguien, que solo pensarlo asusta. Y te planteas si es sano o no sentirte tan unido a algo ajeno, inestable y precario.

Ayer  me encontraba pasando la noche en mi refugio, situado en un gran árbol de hojas blancas, escondida entre el follaje, buscando algo de paz en compañía de un par de animales más. Uno de estos resultaba ser extremadamente zalamero. Siempre había disfrutado de los mimos que me brindaba este pseudo-cachorrito de león, pero está inscrito en nuestra estúpida naturaleza no valorar aquello a lo que nos acostumbramos, por lo que, llegado un punto en el que mis brazos y piernas habían sido empapados a lametones, aparté con brusquedad al tierno cachorro y le dije: "¡Tienes que aprender a vivir sin mimos!". El animal se retiró cabizbajo, dejándome el espacio que yo reclamaba.
En ese momento me sentí completamente ruin, estúpida e inmadura. Cualquiera que lo oiga pensará que es exagerado sentirse mal por un simple animal, pero lo cierto es que a mí me invadió un profundo sentimiento de tristeza y en mi cabeza se repetía una sola idea: "Nadie debería aprender a vivir sin mimos"
Acto seguido abracé al animal, acunándolo suavemente y me prometí a mí misma no volver a rechazar ni una sola de sus muestras de cariño.

Cómo estarán las cosas para que no debamos desperdiciar ni los húmedos lametones de un perro.


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